BUSCA
Enrique A. Eguiarte OAR.
Todos vamos buscando algo –o a alguien- en la vida. San Agustín vivió la experiencia
de ir buscando la sabiduría, la verdad y a fin de cuentas, a Dios. Las diversas páginas
de su vida, nos ponen de manifiesto su búsqueda incasable de la sabiduría (Conf. 3,
7), de la verdad y de la felicidad, pues todos los seres humanos las buscamos, pero no
encontramos la auténtica felicidad si no la buscamos en Dios, en quien sólo existe la
vida feliz (De beata vita 35). Y en este camino de búsqueda, san Agustín se dio cuenta
de varias cosas. En primer lugar, de que él buscaba y deseaba encontrase con Dios,
porque él mismo Dios había sido quien le había encontrado primero (Conf. 1, 4) y
quien le había tocado, de tal modo que él se sintiera impulsado a buscarlo y a desear
encontrarlo. Este es uno de los primeros descubrimientos agustinianos que constituye
una de las bases esenciales del cristianismo. No es tanto que el hombre busque a
Dios, sino que es Dios quien primero ha buscado y encontrado al hombre, lo ha tocado
con las manos de su amor, ha inflamado su corazón con el deseo de buscarle, y sólo
en un segundo momento, el hombre se mueve para buscar y desear encontrar a Dios.
Así lo expresa san Agustín en su libro de las Confesiones: “Llamaste y clamaste, y
rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste e hiciste desaparecer mi ceguera;
exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti y siento hambre y sed; me
tocaste y ardí en tu paz” (Conf. 10, 27, 38).
Un segundo descubrimiento de san Agustín es que Dios no está fuera de él, sino en
“lo más íntimo de mi propia intimidad” (Conf. 3, 11). Él reconoce que durante muchos
años lo estuvo buscando en el exterior, en las cosas materiales, hasta que por fin se
dio cuenta de que él estaba en su interior, y que desde el interior le llamaba a buscarlo
a hacer una experiencia de búsqueda profunda, a través de la oración y del encuentro
en la intimidad del corazón. Así dice: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te
buscaba (…) Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.” (Conf 10, 27, 38).
Por eso san Agustín ha dejado para todos los buscadores sinceros de Dios, otra
máxima: “No quieras salir fuera, entra en tu interior, pues en el interior del hombre
habita la verdad” (De Vera religione 72). Ahí está la verdad del hombre y ahí está una
de las metas de la búsqueda del hombre. San Agustín después de buscar por muchos
años a Dios en el exterior, sabe que debe, como el hijo pródigo, volver a su interior,
para en su interior buscar y descubrir a Dios. No obstante este encuentro en el interior
se vuelve un acicate para seguir buscando y descubriendo a Dios en el encuentro con
los hermanos (S. Dolb 11, 11), en los acontecimientos del mundo, en los que Dios
manifiesta su voluntad (Civ. Dei 1, 36), en la Palabra de Dios, a través de la cual Dios
nos habla y nos descubre su misterio (En.in.ps. 64, 2), y en sus sacramentos que son
ocasiones de gracia, de búsqueda y encuentro eficaz con Dios (Ep. 140, 48).
No obstante san Agustín no es de esos buscadores que se ponen en camino para
nunca encontrar, para hacer de la búsqueda en sí misma la razón de la vida, para
creer que es sabio el que busca por buscar (C. Acad. 1, 14). San Agustín buscaba
porque, como hemos dicho, sabía que Dios lo había buscado, encontrado y amado
antes. Por ello san Agustín deseaba encontrar, pero hacer de ese encuentro con la
realidad amada, con Dios, hacer de ello no un punto final, sino un nuevo punto de
inicio, pues el misterio de Dios es tan profundo que nunca dejaremos de descubrir
nuevas dimensiones y realidades en Dios, por ello dice san Agustín: “Busco para
encontrar y encuentro para seguir buscando más ávidamente” (De Trin. 15, 2).
Y este deseo de buscar a Dios se encuentra inserto dentro del corazón del hombre,
pues forma parte de su constitución esencial. Así ha querido y creado Dios al hombre:
para que le busque. Quien no busca y no encuentra a Dios, no puede alcanzar la
felicidad e irá pasando de una realidad a otra, sin encontrar nunca la plenitud de la
vida, pues la plenitud del hombre es el poder llegar a encontrarse con Dios, y
encontrar en él la actualización de todas sus potencialidades y su propia felicidad. Así
lo expresó san Agustín al comienzo de su obra maestra, el libro de las Confesiones:
“Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”
(Conf. 1, 1). El corazón inquieto de san Agustín descansó en Dios, ojalá que nuestros
corazones inquietos y enamorados de Dios lo busquen, lo encuentren y se dejen
transformar por ese Dios, buscador del hombre.
Muchachos, un saludo desde el Noviciado Agustino Recoleto de Monteagudo, España. Nos gusta mucho su blog, hacen un buen trabajo!. Dios los bendiga!
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