Espiritualidad agustiniana
Toda espiritualidad cristiana se deriva del "Espíritu de Jesús que habita en los que creen en Cristo y son miembros de su Iglesia. Las maravillas del Espíritu Santo son hermosamente variadas, como lo son a la vez los dones que Él da a los fieles. Dichos dones son propiamente llamados "carismas". Desde el Concilio Vaticano Segundo las comunidades religiosas han estudiado y clarificado el "carisma" o "inspiración original" que mejor define la espiritualidad de cada congregación.
Los agustinos recoletos comparten del carisma asociado con San Agustín de Hipona, Padre de la Iglesia y autor de una regla de vida para la vida religiosa. Las características
sobresalientes, tanto de dicha regla como de la espiritualidad asociada con San Agustín, quien es a la vez el autor de las reconocidas Confesiones, son resultado de la dedicación a
una vida de conversión a Cristo, cultivada primeramente en la vida interior de cada religioso y en la vida común. Éstas son el resultado de una continua conversión de cada miembro de la comunidad. El agustino recoleto combina una vida de contemplación y la busca interior de
Dios con una vida de actividad apostólica.
La búsqueda de Dios y la conversión continua requieren la práctica diaria de la corrección fraterna, la fidelidad a la oración personal y en común, el estudio de las Sagradas Escrituras y el deseo de ser siervo-discípulo de la Palabra de Dios a imitación de San Agustín. "Recolectar" con San Agustín es regresar a lo básico de la fe católica y cultivar un amor a la vida contemplativa, contribuyendo a la vez a la edificación del Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
El Santo Padre Juan Pablo II, en la ocasión del centenario de la conversión de San Agustín que la Iglesia universal celebró en los años 1986-1987, recordó a los religiosos de la familia agustiniana que tienen la obligación de mantener vivo, en medio de este mundo inconstante, la figura de San Agustín, el gran converso. Su filosofía, su teología y su espiritualidad siguen ofreciendo respuestas a las crisis de nuestros tiempos de cambios rápidos y radicales. Más que ningún otro santo, él habla de la condición humana como "el corazón inquieto" que no conoce paz hasta que "descanse en Dios". El patrimonio agustiniano es inmenso y ha servido a la Iglesia por más de 16 siglos: es "siempre antiguo y siempre nuevo". Es una espiritualidad a la vez profunda y universal, que va directamente al corazón humano y al descubrimiento del Dios Trino en ese corazón hecho a la "imagen y semejanza" del Creador
John Oldfield.
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