martes, 25 de enero de 2011

Santa Magdalena de Nagazaki

Hija de nobles y fervientes cristianos, nació en 1611 en las proximidades de la ciudad japonesa de Nagasaki. Refieren fuentes antiguas que era una mujer hermosa y de delicada constitución. Por su fe católica, sus padres y hermanos habían sido condenados a muerte y martirizados cuando ella todavía era muy joven.
En 1624, conoció a dos agustinos recoletos, los padres Francisco de Jesús y Vicente de san Antonio, llegados al Japón unos meses antes. Atraída por la profunda espiritualidad de ambos misioneros, se consagró a Dios como “terciaria” agustina recoleta. Desde aquel momento, su vestido de gala fue el hábito de terciaria, y su mayor solicitud la oración, la lectura de libros religiosos y el apostolado.
Los tiempos eran difíciles. La persecución que arreciaba contra los cristianos era cada día más sistemática y cruel. Magdalena enseñaba el catecismo a los niños y pedía limosna a los comerciantes portugueses a favor de los pobres. En 1629, se refugió con los padres Franciso y Vicente y varios centenares de cristianos en las montañas de Nagasaki. En noviembre de aquel mismo año, fueron capturados los dos misioneros, y ella permaneció escondida, soportando con serena alegría sufrimientos y estrecheces. Infundía valor para mantenerse firmes en la fe, animaba a cuantos por temor o debilidad habían renegado de Cristo, visitaba a los enfermos, bautizaba a los recién nacidos y para todos tenía una palabra de aliento.
En vista de los frecuentes apostasías de cristianos aterrorizados por las torturas a que eran sometidos y deseosa de unirse para siempre a Cristo, Magdalena decidió desafiar a los tiranos. Vestida con su hábito de terciaria, en septiembre de 1634, se presentó ante los jueces. Llevaba consigo un pequeño fardo llenos de libros religiosos para rezar y leer en la cárcel. Ni las promesas de un matrimonio ventajoso ni las torturas consiguieron doblegar su voluntad. A primeros de octubre, fue sometida al tormento de la “forca” o “fossa”. Suspendida por los pies, con la cabeza y el pecho introducidos en una cavidad cubierta con tablas para hacer aún más difícil la respiración, la valiente joven invocaba durante el martirio los nombres de Jesús y de María, y cantaba himnos al Señor. Resistió trece días en este tormento, hasta que una noche una fuerte lluvia inundó la fosa y la mártir se ahogó. Los verdugos quemaron su cuerpo y esparcieron las cenizas en el mar para que los cristianos no conservaran reliquias suyas.
Beatificada en 1981, fue canonizada por Juan Pablo II el 18 de octubre de 1987. En 1989 fue declarada patrona de la fraternidad seglar agustino-recoleta.

San Alonso de Orozco

Alonso de Orozco nació el 17 de octubre de 1500 en Oropesa, provincia de Toledo (España), donde su padre era gobernador del castillo local. Cursó los primeros estudios en la vecina Talavera de la Reina y durante tres años actuó como “seise” o niño cantor en la catedral de Toledo, en la que aprendió música con notable provecho. A la edad de 14 años fue enviado por sus padres a la Universidad de Salamanca, donde ya estudiaba uno de sus hermanos. 
Los sermones de la cuaresma de 1520 predicados en la catedral por el profesor agustino Tomás de Villanueva sobre el salmo “In exitu Israel de GYPTO” maduraron su vocación a la vida consagrada y, poco más tarde, atraído por el ambiente de santidad del convento de San Agustín, entró en él, emitiendo en 1523 la profesión religiosa en manos de Santo Tomás de Villanueva. 
Una vez ordenado sacerdote en 1527, los superiores vieron en Alonso tan profunda espiritualidad y tal capacidad para anunciar la Palabra de Dios que muy pronto lo destinaron al ministerio de la predicación. Ya desde los 30 años ocupó también diversos cargos, pero a pesar de su austeridad de vida, en el modo de gobernar se mostró lleno de comprensión. Impulsado por el deseo del martirio, en 1549 se embarcó para México como misionero, pero durante la travesía hacia las Islas Canarias padeció un grave ataque de artritis y los médicos, temiendo por su vida, le impidieron la prosecución del viaje. 
En 1554, siendo prior del convento de Valladolid, ciudad desde decenios atrás residencia de la Corte, fue nombrado predicador real por el emperador Carlos V y, al trasladarse la Corte a Madrid en 1561, también él tuvo que pasar a la nueva capital del Reino, fijando su residencia en el convento de San Felipe el Real. 
No obstante a ejercer un cargo que estaba exento de la jurisdicción directa de sus superiores religiosos y dotado de renta, renunciando a privilegios, quiso vivir como un fraile más, en pobreza y bajo la inmediata obediencia de sus superiores. Solamente hacía una comida, dormía a lo sumo tres horas, porque decía que le bastaban para emprender el nuevo día, y en una tabla por cama, con sarmientos por colchón. En su celda no había más que una silla, un candil, una escoba y unos libros. La eligió cerca de la puerta para atender mejor a los pobres que hasta allí se acercaban a suplicarle ayuda. Sin que la cotidiana asistencia al coro le resultara de obs‑táculo, además de cumplir con sus obligaciones como predicador regio, visitaba los enfermos en los hospitales, a los encarcelados en las prisiones y a los pobres en las calles y en sus casas. El resto del tiempo lo pasaba en oración, en la composición de sus libros, y preparando sus sermones. Predicaba con gran sinceridad de palabras, pero con mucha hondura espiritual, fervor y afecto, a veces, con lágrimas en los ojos, expresando la ternura de Dios hasta en el tono de la voz, igual en el palacio ante el Rey y la Corte que en las iglesias a las que era llamado. 
Predicar y escribir fueron sus dos principales actividades. Cultivó una tiernísima devoción a la Virgen, y estaba persuadido de que al escribir cumplía un mandato expreso suyo. Aunque era predicador real, prefirió siempre hablar a religiosas y a gente del pueblo, a presos y a enfermos.
Gozó de gran popularidad entre los más diversos ambientes sociales. Personajes de la sociedad y de la cultura testificaron en su proceso de canonización, tales como la infanta Isabel Clara Eugenia, los duques de Alba y de Lerma, los literatos Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Gil González Dávila. El trato con las clases elevadas no le desvió de su sencillo estilo de vida. Su fama se extendió por toda Madrid. El pueblo que le llamaba, muy a pesar suyo, “el santo de San Felipe”, lo amó apreciando en él su exquisita sensibilidad en el acercarse a todos sin distinción. 
Compuso numerosas obras tanto en latín como en castellano. La simplicidad de los títulos indican la intención pastoral del autor: Regla de vida cristiana (1542), Vergel de oración y monte de contemplación (1544), Memorial de amor santo (1545), Desposorio espiritual (1551), Bonum certamen (1562), Arte de amar a Dios y al prójimo (1567), Libro de la suavidad de Dios (1576), Tratado de la corona de Nuestra Señora (1588), Guarda de la lengua (1590). Como su acción, los escritos nacieron de su espíritu contemplativo y de la lectura de la Sagrada Escritura. Devoto de María, estaba convencido de escribir por mandato suyo. 
Cultivó también un ferviente amor a su propia Orden, componiendo obras sobre su historia y su espiritualidad con ánimo de mover a la imitación de sus hombres mejores. En esta misma línea, inducido por un deseo de reforma interior, que luego convergería con el movimiento de recolección en la misma Orden, llevó a término varias fundaciones de conventos tanto de religiosos agustinos como de agustinas de vida contemplativa. 
En agosto de 1591 cayó enfermo con fiebre, sin faltar por eso ningún día a la celebración de la Misa, puesto que nunca, ni siquiera en el transcurso de sus diversas enfermedades, había dejado de celebrar el santo sacrificio, ya que repetía con cierto gracejo que “Dios no hace mal a nadie”. Durante su enfermedad, fue visitado por el rey Felipe II, el príncipe heredero Felipe con la infanta Isabel, y el cardenal arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga, quien le dio de comer de su mano y le pidió la bendición. 
La noticia de la muerte, acaecida el 19 de septiembre de 1591 en el Colegio de la Encarnación que había fundado dos años antes —actualmente sede del Senado español— conmocionó la ciudad. Por la capilla ardiente pasó el pueblo de Madrid, que, como refiere Quevedo, se agolpó ante la iglesia del Colegio hasta derribar las puertas, pues todos deseaban hacerse con reliquias, astillas de la cama, fragmentos de sus ropas, zapatos y cilicios. El Cardenal Arzobispo se reservó para si la cruz de madera que durante largos años “el santo de San Felipe” había llevado consigo. 
Fue beatificado por León XIII en 1882 y Juan Pablo II inscribió su nombre en el catálogo de los santos el día 19 de mayo de 2002.
Vicisitudes históricas hicieron que sus restos fueran trasladados a distintos lugares. Actualmente se veneran en la capilla de las monjas agustinas del convento San Alonso de Orozco de Madrid (La Granja, 9), a donde fueron trasladadas en 1978 desde la iglesia de Valladolid, en la que reposaban desde 1881.
San Nicolás de Tolentino

Sus papás después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para conseguir del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este niño y en agradecimiento al santo que les había conseguido el regalo del cielo, le pusieron por nombre Nicolás.
Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a orar. Cuando era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicado un famoso fraile agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: "No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo que es del mundo pasará". Estas palabras lo conmovieron y se propuso hacerse religioso. Pidió ser admitido como agustino, y bajo la dirección del Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.

Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario lo encargaron de repartir limosna a los pobres en la puerta del convento. Y era tan exagerado en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de que le llegara la orden de destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus manos sobre la cabeza de un niño que estaba gravemente enfermo diciéndole: "Dios te sanará", y el niño quedó instantáneamente curado. Desde entonces los superiores empezaron a pensar qué sería de este joven religioso en el futuro.
Ordenado de sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos sobre la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había dicho al niño, y la mujer recobró la vista inmediatamente.

Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le decía: "A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás". Comunicó esta noticia a sus superiores, y a esa ciudad lo mandaron.

Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada moralmente por una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, lo güelfos y los gibelinos, que se odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a predicar como recomienda San Pablo. Oportuna e inoportunamente". Y a los que no iban al templo, les predicaba en las calles.

A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran orador, ni atraerse los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era entusiasmarlos por Dios y obtener que cesara las rivalidades y que reinara la paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó: "Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se arrepienten de su mala vida pasada".

La conversión de un antiguo escandaloso de la ciudad produjo una gran impresión en la gente, y pronto San Nicolás empezó a convertir a los pecadores llevando la paz a los hogares desunidos.

En las indagatorias para su beatificación, una mujer declaró bajo juramento que su esposo la golpeaba brutalmente, pero que desde que empezó a oír al Padre Nicolás, cambió totalmente y nunca la volvió a tratar mal. Y otros testigos confirmaron tres milagros obrados por el santo, el cual cuando conseguía una curación maravillosa les decía: "No digan nada a nadie". "Den gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más que un poco de tierra. Un pobre pecador".

Murió el 10 de septiembre de 1305, y
cuarenta años después de su muerte fue encontrado su cuerpo incorrupto
. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la herida salió bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha salido periódicamente mucha sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.

San Nicolás de Tolentino vio en un sueño que un gran número de almas del purgatorio le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por ellas. Desde entonces se dedicó a ofrecer muchas santas misas por el descanso de las benditas almas.

jueves, 20 de enero de 2011

La fe y la tecnología


Las tres últimas décadas de la humanidad han sido determinantes para el desenvolvimiento de las sociedades, que a través de los avances científicos logrados en el siglo XIX, marcan el inicio de la era de la información, donde la esencia de esta, es la comunicación y manejo de información de un modo presencial, siendo en un inicio el impacto del teléfono, pasando al aparato televisor y concurriendo en la actualidad lo más avanzado que es la pantalla digitalizada.
Es así que en el presente la mayor parte de la tecnología es manifestada en la pantalla digitalizada, donde los principios científicos son registrados, comprobados y procesados por los computadores.
Como es sabido, la humanidad ha pasado por cuatro etapas de la información, empezando con la época del papiro, continuando co las del pergamino, siguiendo con el papel gracias a la imprenta y llegando a la actualidad en la ya mencionada pantalla digitalizada.
La tecnología, ha impactado en el pensamiento del ser humano, donde este ha sufrido diversas dinámicas de cambio, fomentando y arraigándose las ideas consumistas y superficiales, buscando formar a un ser humano que poco a poco se olvida de la esencia de la vida, debido a que han comenzado a echar raíces el principio de que lo único verdadero es lo que se puede palpar.
El avance de la ciencia en la práctica de sus principios que es conocida como la ya mencionada tecnología, ha sido beneficiada consecuentemente por una de sus ramificaciones que son, los medios de comunicación masiva, donde ya son vistos como los principales agentes de este desafortunado cambio, ya que la información que brindan es recibida mas emocional que analíticamente en las mentes de las personas, donde estás solo interactúan con la información de un modo pasivo, sin utilizar un pensamiento reflexivo, propositivo y crítico para comparar lo que la pantalla muestra y lo que en la realidad se vive.
La tecnología está pasando a ocupar un puesto importante dentro de los hogares, donde es imprescindible tenerla a veces hasta como alguien más de la familia ocupando un status. Un ejemplo de esto es la televisión o la computadora, que ya más que necesarias, son forzosas y consideradas vitales en las casas actuales.
La tecnología es importante en busca del bien y de la comodidad del ser humano, lo negativo de esta va en relación al desplazamiento que ha comenzado a tener sobre la fe de las personas, donde ha iniciado la saturación de la vida del hombre y la mujer, y ha buscado considerar a la ciencia como única y verdadera, dejando de lado la espiritualidad y la vinculación del ser humano con Dios.
La tecnología es necesaria como herramienta donde el ser humano debe encontrar más habilidad y practicidad del manejo de información, ya que en comparación con 20 años atrás, esta información tardaba más en llegar a las manos de las personas y por ende las esferas que lo rodeaban se movían de una manera más pasiva y paulatina.
La tecnología jamás podrá remplazar a Dios, como muchas de sus líneas han pretendido, ya que Dios como creador de lo que existe, ha dejado que el hombre a través de los siglos, perfeccione poco a poco su razonamiento y pensamiento abstracto. Lamentablemente, los descubrimientos y avances científicos se han olvidado de que la naturaleza es más sabia que las cosas creadas por el mismo hombre, donde la perfección de cada aspecto que nace naturalmente ya tiene un objetivo predestinado, y en comparación con lo que la tecnología modifica, donde esto tiene fecha de caducidad, ya que probablemente no tardará en ser modificado o remplazado por otro avance tecnológico. Es así que la creación de Dios muestra la perfección desde el nacimiento de lo que existe hasta la muerte de lo mismo.
Con lo anterior es necesario reflexionar que el hombre con la tecnología mal enfocada, está perdiendo la razón de vivir, convirtiéndose en un ser que nace por casualidad, vive por inercia y muere por necesidad, un ser consumista que pone a la tecnología como Dios, siendo que el creador de todo lo que existe, nos muestra día con día, que la base de la tecnología es la naturaleza que Él un día creo.